domingo, 27 de fevereiro de 2011

Domingo

Hoje brilhou o sol e cortamos narcisos amarelos. O homem velho perguntou: sabes coser? E eu senti o fraco arranhao de quase nostalgia em quanto assentia: Sei.
Depois o sol que entrava na galeria ficava nos meus cabelos e na minhas maos. Eu cosia. Era uma mulher e cosia sentada sob a luz. Apenas isso. Fora os pássaros e a criança. Dentro o velho que espera e caminha a carregar reticências da vida, devagar, arrastando os pés.
Á noite morreu a luz e havia um céu assombrado de estrelas. Brilhava o frio. Escrevi uma nota triste. Mas ele disse: “Gosto de como escreves” Sorriso. “Não. Eu gosto da tua mao escrevendo na folha de papel”. Amo-te porque sabes ver a minha mao agora . A mesma mao que cose e apanha narcisos amarelos.

quinta-feira, 24 de fevereiro de 2011

Pasear de noche

Salió a caminar empujando la noche como una tela. Desenvolviendo el mundo. En el silencio corría el agua de los lavaderos abandonados. Detrás de las ventanas, solo murmullos: el gemido de la soledad estrangulada. Sus propios pasos. El gato la miró con calma, ojos redondos, anfitrión de la luna. La vio acercarse y después desaparecer en el pozo del camino. Avanzaba sin resistencia dejando la oscuridad adherirse al pensamiento, al espacio que se desliza entre los dedos, a los labios cerrados. Solo la hierba respiraba, un perfume vegetal lleno aristas y dulzuras. Después llovía y la noche se deshacía en la piel, sin frío, arrastrando la dolorida arena que depositara el día.

quarta-feira, 23 de fevereiro de 2011

Tango

Buscábamos dónde aparcar y pasamos fugazmente ante el escaparate, aunque yo no la vi. Más tarde, apurados, bajamos la misma calle caminando. Espera, me dijo, y paró su naricilla pegada al vidrio. La había visto antes, al pasar, y ahora la examinaba como una aparición. Teníamos prisa, sus pequeños pasos haciendo el contrarritmo de los míos. Le confirmé con desgana que sí, que era para escuchar música y se llamaba gramola. Él prefería llamarle trompeta para discos. Hicimos nuestro recado. Regresamos. De nuevo el mismo recorrido, ahora calle arriba. Otra vez “espera”, pero sin prisas. Lo sentí atrapado en el lado equivocado del escaparate. Tuvimos que entrar.
-Disculpe, el niño tiene mucha curiosidad por ver la gramola que tienen... querríamos verla, si es posible...
La mujer con la calma de los objetos que vendía. Restos de pasado con brillos antiguos y colores que casi dejaron de existir. Sonrió amablemente y nos acompañó sorteando un azar de cosas que el tiempo había atesorado allí. Mi voz pronunciando un susurro como una invocación: no toques a nada, pasa con cuidado.notoquesanadapasaconcuidado. La gramola era preciosa, madera de caoba, esmaltes policromados y la “trompeta” verde. Casi sin hablar la mujer limpió un disco de pizarra, grueso y pesado. Giró la manivela y bajó la aguja, entonces un tango se esparció por el aire tocando todos los cuerpos callados. Un sonido presente que creó el espacio al crecer. Nicolás mantuvo la sonrisa y destelló, pero a mí se me humedeció de pronto, como si me hubiese alcanzado el disparo de aquella voz en medio de la nada.

Migas de pan

Mientras habla junta las migas del mantel con los dedos. Pequeñas montañitas. Mantiene así la vista ocupada y la distancia parece menor. Menor el silencio de la escucha.
Antes no sabía -sin perder el hilo de sus pensamientos aparentemente dispersos- pero desde que ella murió he comenzado a hacerlo. Cocino aquellos sabores para no perderlos, para que permanezcan. El arroz con leche, la tarta de manzana, las croquetas de jamón, la crema de calabaza. Cuando el sabor cuaja me siento en paz. Cocino también para que me quieran, y para decir que los quiero. Me gusta el olor a vida que desprende la comida, la alegría de la pregunta desde un cuarto: “qué hay de cena?” con esa feliz y minúscula sospecha.
Entonces con la yema del dedo índice aplana el montecillo de migas de pan. Levanta la vista y puedo ver una pena ardiendo en el fondo de la mirada, el brillo de la desolación que deja un incendio: y también es mi cueva.

segunda-feira, 21 de fevereiro de 2011

Hadas

Fue saludando a las flores cada una por su nombre. Saludando, digo, como si en lugar de estar ellas plantadas en el camino fuesen vecinas que encuentras en el paseo. Ervadona, decía, y su sonrisa era dulce llena de malva y azul. Acarició el romero para hacerse con su olor y con prudencia tocó apenas la ruda, en un gesto de hada imperceptible. Las vi mientras hablaban nombrando las hierbas, como piedras preciosas incrustadas en el hilo desigual de una conversación que se afilaba. Rondaban un silencio hecho de palabras sin decir. Dejaron que la tarde y la lluvia cayeran con desgana, sin encoger los ojos ni la mirada, sin correr ni quejarse. Hacia los montes llueve más, dijo la que no volaba, y como hacían un círculo, cambiaron de sentido. Después creo que lloró, porque escuché un quejido, pero salió del pozo con jirones de luz y alguien habló de una luz verde que cayó sobre el valle antes de amanecer. Fue como si la soledad se marchitara y en el charco de veneno no se ahogara nadie.

quinta-feira, 17 de fevereiro de 2011

Condena

Para a mulher que ia no carro foi apenas um instante. Atravessar a ponte sobre a lagoa e, na tranquilidade do trânsito um movemento mole da cabeça para observar os pássaros. Para o corvo marinho foi a eternidade: bater as asas imensas até se soltar da água, salpicar, esticar o pescoço, puxar o ar, levantar os pés, suster-se em nada. Pareceu até que nunca ia poder. Para a mulher que ia no carro foi mesmo um instante, mas no vidro da memória fica engasgada a imagem: um corvo marinho condenado a voar.

Para la mujer que iba en el coche fue solo un instante. Atravesar el puente sobre la laguna y, en la tranquilidad del tránsito, girar suavemente la cabeza para observar los pájaros. Para el cuervo marino fue una eternidad, batir las alas con esfuerzo hasta soltarse del agua; salpicar, estirar el cuello, empujar el aire, levantar las patas, sostenerse en el aire. Pareció por un momento que nunca se iba a alzar. Para la mujer que iba en el coche fue incluso algo menos de un instante, pero en el vidrio de la memoria permanece atrapada aquella imagen en que un cuervo marino es condenado a volar.

terça-feira, 15 de fevereiro de 2011

La vieja historia de Luchimán.

Y entonces le conté el cuento de Luchimán. Luchimán, el niño caprichoso que no sabía ser feliz. Siempre quería algo más, algo diferente, algo que no tenía, algo difícil o imposible de conseguir. Primero eran las galletas de chocolate, los bombones rellenos de trufa avainillada. Después eran los sandwiches de paté de hígado de pato, a los que su madre accedía con gran sacrificio y renuncias, pues eran pobres de solemnidad. Pero Luchimán no era feliz ni podía callarse hasta ver satisfecho su antojo. Y así transcurrían los días, penosamente, mientras el niño crecía sin hacerse mayor.
Una tarde Luchimán tuvo una idea peregrina: quería dar un paseo en elefante por la orilla del mar. Su madre sonrió al escuchar sus palabras, pero Luchimán no se reía. Quería de verdad dar un paseo en elefante a la orilla del mar. Vivían en las altas montañas de Perú, el mar estaba lejos y los elefantes jamás habían pisado aquellas tierras. La mamá, sentada junto a él, con la voz suave, explicaba al pequeño caprichoso lo disparatado de su idea. Pero nada convencía a Luchimán. Pasaban las horas y cuando parecía dormido, volvía a empezar. Gritaba, pataleaba, insultaba a su madre por no saber cómo resolver su deseo. No había descanso para ninguno de los dos. Y ella no pudo más:
-Me voy, Luchimán. No soy capaz de hacerte feliz. Es posible que sin mí encuentres la paz.
Y Luchimán vio cómo su madre desaparecía por el camino, triste y llorosa, sin volverse a decirle adiós, pequeñita en la distancia como en un libro.
Le conté el cuento de Luchimán mientras daba vueltas a la bechamel en la cocina y cuando me volví en la inflexión de la historia, justo en el nudo de la narración, el pequeño Nicolás tenía dos charquitos en lugar de mirada, y le bastó encontrar el rellano de mi voz, para desbordarse en un llanto sin consuelo que dejó entre mis brazos un mimo con voluntad de cambiar: prometió aprender a aguantarse, no gritarme jamás y no ser caprichoso.
La mamá de Luchimán volvió por aquel mismo camino poco tiempo después, arrepentida yo de provocar tal dolor, y las promesas de Nicolás... esas volaron como los pájaros después de picotear el pan... y las croquetas.

segunda-feira, 14 de fevereiro de 2011

Do medo e o riso.

Caminhávamos recebendo as últimas luzes da tarde. Falávamos dos pássaros e dos amigos. O Nicolás apanhava flores para a namoradinha, para fazer um ramalhete que levar à escola. E foi então quando daquele portão saiu o cão enorme a ladrar com os dentes para fora. Ladrava com ódio e raiva e seguia os nossos passos sem se achegar. Eu acelerei a marcha pelo medo, mas o homenzinho de cinco anos encarou o bicho e levantando a voz e as flores no punho, berrou:
-Eh tu, cão! que eu também sei ladrar!!!
E lá ficou o animal guardando a casa enquanto nós ríamos às carreiras caminho adiante.

domingo, 13 de fevereiro de 2011

Mais uma vez, Deus.

Vamos de carro. O céu ameaça com não oferecer trégua na chuva que está a cair desde a noite. Apenas uma raiola de sol sobre o mar lá no horizonte. O Nicolás vá calado a olhar pela janela. Na rádio uma mulher canta Haendel. O Nicolás va calado, mas a sua cabezinha não sabe descansar:
-Mamai, o Vítor fala em que Deus já morreu.
Pelo jeito de dizer, bem sei que ele censura o que Vítor fala, que não concorda e que já tem o argumento.
-En então, Nicolás?- digo por dizer e para lhe abrir o caminho.
-E entao eu digo que está morto, porque morreu, mas está vivo no céu. Está vivo no céu- repite - Como nós.
-Como nós?-
-Como nós, mamai, que também morremos mas seguimos vivos no céu.. não é? Morremos aqui, mas seguimos a viver no céu para sempre. Pois Deus é igual. Está vivo no céu. Porque é mágico. É assim, mamai?
E claro, eu não acho a palavra que possa romper a sua fe diminuta e certa como semente. Deixo um bocadinho correr a voz da mulher que canta Haendel e depois vejo os olhos do Nicolás no espelho do carro, ainda à espera.
-É assim, Nicolás, claro que é.
Mas o corvo que eu levo dentro grasna triste e insolente, que não, que não é assim, que não.

sábado, 12 de fevereiro de 2011

Pelín ñoño, pero cierto.

El trayecto era corto y cotidiano. Esos recorridos de cada día en que la atención se relaja porque en ellos nada cambia. Conducía sin prisa, con la certeza de llevar el tiempo justo pero suficiente. Poco tráfico. De vez en cuando erguía el cuerpo en el asiento para hacer comprobaciones rutinarias de su rostro en el retrovisor: la pintura de los ojos, mala cara, pálida, el vello del labio a punto de ser visible otra vez.. Todo fugaz, todo imperceptible y atado a la costumbre. Sin embargo, allí, precisamente sobre ese labio superior, descubrió una nueva sombra. Otra más. Volvió a mirarse y, soltando la mano derecha del volante, acarició el surco con el dedo índice. Otra más. Otra arruga más. Vio cómo se arqueaban sus cejas en el espejo y comenzó a pensar. Sin darse cuenta se puso a hacer muecas para adivinar el gesto, la expresión dicen, que había cavado la huella en diagonal desde la boca. Rió, se enfadó, lloró pero no encontró el pliegue en que cabía.
Llegó al trabajo y no recordó más el espejo ni el fruncimiento. Siempre que aparecían era para quedarse y era inútil pensar más. Sin embargo, al regresar a casa aquella tarde y abrazar a los suyos, tuvo una certeza que la reconcilió con su rostro y con su edad. Eran los besos.

quarta-feira, 9 de fevereiro de 2011

Mimosas


No lo hizo para dar de qué hablar, pero aquel ramillete de acacias amarillas cambió levemente el rumbo de la mañana que iba a ser solo gris. Fue solo un gesto, cambiar la dirección repetida de sus pasos y adentrarse en el sendero húmedo que llevaba hacia el río. Entonces se acercó al margen del camino, aseguró los pies entre la tierra y las zarzas inestables y estirando mucho los brazos cortó dos ramas. Lo justo para un vaso en la mesa de la cocina. Solo para sentir por un día ese color y olor agudo que por la tarde marea. Después regresó a la rutina del paseo. Pero la mancha amarilla que sujetaba en la mano, la hacía visible. La mujer que abría la ventana, sonrió y le dijo buenos días. Y ella, devolvió la sonrisa y el saludo, como si de verdad deseara que el día transcurriera feliz desde aquel momento.
-Vaya una vuelta que das! Y todos los días! - Continuó la señora, cómodamente apoyada en el alféizar.
Una conversación deshilachada y dulce, como una calabaza.
Más adelante Otilia, rodeada de gatos, barría su puerta . Despeinada y sin los dientes, tuvo también una expresión de alegría:
-Cogiste mimosas! Te gustan!- Eran dos frases evidentes y simples, como las flores.
Cuando llegó a casa, entró acompañada por el halo manso y risueño de las acacias.

segunda-feira, 7 de fevereiro de 2011

Lágrimas com espinhas

Fala desde o seu quarto, meio adormecido. Fala sem levantar a voz porque sabe que eu escuto perfeitamente trás a parede, também na cama. A sua voz pequeninha fica suspendida no ar quedo da noite.
-Mamai, às vezes quando choro pela noite, ainda tenho lágrimas nos olhos de manhã.
-Mas estarão secas, Nicolas...
-Sim, estão secas. É porque são salgadas.. não sao doces, não se podem beber. São como de água do mar...
-Pois é.. como água do mar...
-Mamai..
-Qué...
-Mas não é água do mar as lágrimas.. porque se fossem água do mar haviam de ter espinhas e caracolas.. e areias.. e não têm...
-Claro que não...
-Que estranho! Dá um arrepio pensar nisso mamai.. ia doer muito chorar!
-Dá, Nicolás.. não penses mais.. não é água do mar.. Tenta dormir...
E adormece. Na escuridão pousa a voz da criança como pousam os insectos quando falta a luz. Ainda não sabe o Nicolás, que sempre dói muito chorar.

Parva que eu sou (Deolinda)


Escutai mais uma vez, por favor Em este enlace é melhor o som.. e paga a pena. Semelha um hino.. oxalá chegue a ser o hino...

sábado, 5 de fevereiro de 2011

"Um mundo tao parvo"

Ás vezes a força necessária pode juntar-se numa cançao. Escutai esta da que fala Vagon-Bar:
"Parva que sou"
E o discurso verossímil que precisamos.

Princesas

A causa de las obras han levantado la acera que pasa por delante de su casa. Salen para el colegio y sus botas recién cepilladas se llenan de barro. Es casi una fiesta, pero la madre levanta a la pequeña en brazos y maldice sin mucha convicción la demora y el paisaje.
Esta tarde ha habido novedad: los trabajadores han instalado dos tablas entre la puerta y la calle a modo de rampa, para ayudar un poco. Las niñas daban saltos emocionadas.
-Hemos salido tres veces a ver el puente!- me cuenta feliz la mayor de las hermanas- es un puente para el castillo, hay un foso con cocodrilos y nosotras ahora somos las princesas!!!-
Yo ya sabían que eran princesas... pero dónde estarán los cocodrilos?

quarta-feira, 2 de fevereiro de 2011

El doctor

La mujer iba delante de él por el pasillo. Al pasar ante una puerta vio al niño atento a un televisor, ajeno al silencio y la penumbra de la casa . Pensó en comentar algo , pero le cohibía aquella nuca triste que le guiaba, los pasos quedos y la prisa contenida. Entró en la habitación y ella, extendiendo mucho los brazos, corrió las cortinas.
-Mamá, es el doctor- dijo mientras se volvía hacia la anciana que esperaba en la cama. -Es el doctor, ha venido a verte-
La enferma, como perdida en la cama, tendió su mano temblorosa y abrió los ojos húmedos. El doctor sonrió y la tomó entre las suyas, apenas se sentían como unos huesecillos frágiles y fríos.
-Buenas tardes, doña Adela, cómo se encuentra?-
Y doña Adela se echó a llorar. Se echó a llorar con esa manera queda que tienen los ancianos de quebrarse. Con esa mueca que tensa los vértices del rostro y lo diluye.
El doctor, sin soltar la mano fría, hizo sus preguntas. La hija respondía, insegura. Doña Adela corregía. Después, como quien recoge un pájaro caído, exploró a la mujer enferma. Terminó. Escribió sin alterar la mirada sus recetas, mientras el tiempo y el dolor respetaban la tregua, arrinconados.
Hubo otra vez manos enlazadas. Lágrimas entremezcladas con la sopa de mañana y con tantas pastillas y todavía otra más. Y luego aquella frase:
-Volverá usted mañana, doctor?
Y el doctor , entonces, solo sonreía.

Al alimón

Entraron en la casa como si fuese suya y se sentaron en la cocina.
De hecho, se sentían como los dueños del lugar y no pudieron escoger un lugar más adecuado para sus intencciones que la cocina, la cálida y familiar cocina. Porque lo cierto es que habían entrado para quedarse.(Antonio)
Hacía frío y estaba vacía. Los pasos arañaban el suelo con la misma crueldad distante que las miradas que recorrían las paredes, las mesas, las ventanas cerradas.
El más joven arrastró una silla y se sentó, dejó caer su cuerpo con un gesto que podía ser de aburrimiento o cansancio.
E INTENTÓ IMAGINARSE ALGÚN MOMENTO ENTRAÑABLE, ALGÚN RECUERDO QUE DESPRENDIERA LA PINTURA DESCONCHADA QUE AUN PARECÍA TENER MEMORIA DE OLOR A MANTECA, A ESOS GUISOS DE ABUELA QUE HUMEAN CARIÑO....(Natalia)
Mientras, el que parecía mayor de los dos, se dirigió en silencio y sin vacilar a una de las alacenas de arriba y sacó cerillas. Fue hacia la leña. Lo primero, para quedarse, sería dejar atrás el frío, ese que se aposenta en el alma. (Amalia)
Cargó unos troncos y con los brazos cansados, lentamente, los fue metiendo en el quemador. La leña estaba húmeda y hacer fuego iba a llevar su tiempo. El joven continuaba sentado y parecía haberse quedado atrapado dentro de su cuerpo, solo con la mirada seguía los movimientos del compañero. Le extrañó la seguridad con que había encontrado las cerillas, pero no preguntó porque el silencio era acogedor como la inercia.
-Hay que encontrar algunos papeles- dijo el mayor después de acomodar la leña.
Miraron a su alrededor, había una taza encima de la mesa y una jarra. En el suelo unas gafas rotas y una cesta vacía.



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Al alimón es invitar a otro/os a continuar...