sexta-feira, 29 de abril de 2011

Palomas entusiastas de la mañana
aplauden a la luz
Alas ensanchando el aire
Después:
este silencio dulce
lleno de sol y hierba
turbada.

quinta-feira, 28 de abril de 2011

Amigos que amam

Ela diz de flores
Ele fala em pássaros
Quando o silêncio pousa
fica seu mundo cheio
de pétalas a voar
e pássaros que cantam.
Ela fala flores
ele enche de pássaros
quando as pétalas pousam
voa o silêncio
e amam.

quarta-feira, 27 de abril de 2011

La bolsa

Recuerda todavía con claridad el día en que se fue de casa. Recuerda la frialdad con que preparó la bolsa en el silencio de su cuarto. No recuerda escoger lo imprescindible, aunque sabe que tuvo que ser así, pero sí el remordimiento por llevarse precisamente aquella bolsa, la mejor de la casa, la del viaje de fin de curso. Recuerda haber dejado el equipaje dispuesto y a la vista antes de decirles nada. Comieron en silencio y tensando las actitudes, la presencia, como cada día. Como cada día desde que ella dejó de llegar temprano a casa y convertirse en su propia sombra cerrando la puerta de la habitación, la celda en la que voluntariamente desaparecía. Desde que su padre los sorprendió abrazados en la calle y sentenció: no me gusta.
Preparó la bolsa y no les dijo nada, aunque su madre lo sabía porque siempre sabía todo, todo, incluso antes de que ella misma lo pensara. No hablaron. Ella escuchó rumores que eran ganas de llorar. Sabía que la maleta junto a la puerta era aquella tarde el centro del universo, como si dentro de ella estuviera escondido el porvenir, el pasado inmutable y las palabras que no se encuentran a tiempo. Salió de la habitación con el tiempo imprescindible para decirles adiós. La madre, sentada en la cocina, no dijo nada. Sujetaba con fuerza el cabo que les unía por debajo del miedo. Era mejor no hablar.
-Me voy- dijo encarándose a su padre que la intuía y esperaba de pie al fondo de la sala.
-Sabes que si te vas...-
-.. no vuelvo- le cortó con la misma afectación la escena.
-Pues adiós. Te deseo suerte-
Ahora sabe que entonces eran dos niños. Padre e hija, apenas dos niños peleados con ganas de ganar.
Lo sabe porque al deshacer la maleta aquella noche, no pudo vencer su deseo de llamar:
-Estoy bien, mamá. Hemos llegado bien. En cuanto pueda os envío la bolsa de vuelta.

sexta-feira, 22 de abril de 2011

La consulta

Entró en la consulta apoyada en el brazo de una enfermera. Tendría unos ochenta años y cojeaba ostensiblemente. Intentaba mantener una sonrisa que a duras penas disfrazaba la mueca de dolor. El médico se levantó y la acompañó hasta la camilla. El problema estaba en el tobillo. Ya lo había consultado y le habían recomendado un par de días de reposo, pero iba a peor, por eso estaba allí.
-Pues habrá que verlo, entonces- dijo serenamente el profesional de urgencias. El tobillo estaba dolorosamente inflamado y amoratado. Habría que vendarlo y dejarlo reposar más tiempo. Y todavía con aquel pie frágil entre sus dedos, el doctor miró a los ojos de la anciana que ya no sonreía. Entonces se fijó en ella. Tenía los ojos claros y los rasgos finos. Recogía el pelo blanco en un moño elegante a la altura de la nuca. Había sido bella y conservaba en la mirada esa seguridad que otorga la belleza y que tarda en empañarse mucho más que la piel. Que perdura. Pero ya no sonreía. Sus labios se fruncieron suavemente y temblaron como una hierba. Comenzó a llorar. Entonces el médico, que algo también sabía de los remedios del alma, se sentó junto a ella. Sin mirar el reloj una sola vez, le tomó las manos y se negó a iniciar un vendaje hasta saber la razón por la que lloraba, en un trueque infantil. Ella comenzó a contar y él comenzó a vendar. Salió la angustia de saber a los hijos, ya adultos, pero infelices. De saber el tiempo escaso para ayudar. De no poder morir en paz. Salieron más lágrimas y por cada dolor salió también una sonrisa y un puñado de palabras como ungüentos para el alma. Después todo seguía igual, nada había cambiado en realidad, pero el pie estaba sujeto y la angustia drenada, como un veneno.
Hubo un instante de silencio en que la mujer osciló como si fuese una niña y de pronto, abriendo mucho los brazos, abrazó al doctor y le dio un gran beso. Y arrepintiéndose ya en el aire, le dijo:
-Ay doctor, si su mujer le pregunta, dígale usted que tengo casi ochenta años!-
Y el doctor, cómplice de su osadía, le dijo que no. Que aquel era su secreto.

terça-feira, 19 de abril de 2011

Azucena

Cuando Azucena, que tiene nombre de folletín, decidió recoger las muñecas de su cuarto y meterlas en una bolsa, estaba a punto de cumplir los trece años y su padre fumaba tabaco de pipa sentado junto a la ventana del salón mientras escuchaba, no podría ser otra cosa, el Adiós a la vida de Tosca. Azucena metió todas sus muñecas en una bolsa. En dos. Todas, los bebés que se hacían pis, las pecosas que decían mamá e incluso las barbis esbeltas vestidas de fiesta. Hacía ya seis meses del entierro de su madre, el tiempo suficiente para saber que nadie sacaría de allí a sus hermanas pequeñas si ella no se ponía seriamente en el papel. Metió sus muñecas en una bolsa negra de la basura. En dos. Y después, casi sin respirar, sintiendo una violencia impropia para su corazón de trece años y un peso impropio para sus pequeñas manos, bajó las escaleras y cargando con su infancia, cruzó la calle y la depositó con esfuerzo en el contenedor de la basura. Sintió en la nariz el cosquilleo de unas lágrimas que no dejó salir y regresó a la casa consciente de haberse transformado. Al pasar junto a la puerta donde su padre fumaba esperando un final que todavía tardaría en llegar, lo miró acariciándolo con una sonrisa que tomó prestada, sin ella saberlo, de su propia madre fallecida. Él la saludó como si ya estuviera muy lejos y no pensara volver. Veinticinco años después, no es capaz de explicarse el empeño que llevó a aquel hombre a dejarse morir, despacio, con la voluntad que se pone solo en construir la vida. Ni los médicos supieron darles una respuesta coherente. Su padre se moría. Había empezado a morirse el mismo día que enterraron a mamá y ella lo sabía. Era su voluntad.
Azucena volvió a su cuarto y se paró en la puerta al sentir el frío de la madurez. Oyó la voz de sus hermanas jugando en la habitación contigua y siguió por el pasillo hasta la cocina para preparar la cena.

sexta-feira, 15 de abril de 2011

Tormenta

Bajo los árboles hay un silencio espeso, de tormenta, que se puede atravesar. Llega a través de la ventana abierta y se instala en el aire. Incluso en los espejos. Una paloma ensimismada hace pequeñas curvas en el mundo que calla y, sobre la mesa, las fotos que sonríen son más lejanas. Podría caerse el cielo en un instante porque está cuajado y pleno y pesa, como saben pesar las nubes sobre los párpados del alma. Pero el cielo no se cae, es una puerta la que explota y unos gritos que se levantan como el polvo de un desplome. Luego los niños lloran y los perros ladran. Sobre la mesa las fotos fingen. En los espejos también el aire tiembla y dentro de los ojos, se esparce el miedo.

segunda-feira, 11 de abril de 2011

Metafísica del blog

Del otro lado del blog está mi vida. Una vida que desconoce que a veces la desmenuzo para esparcirla como migas de pan a las palomas. Del otro lado del blog, está mi vida. Ayer la vida y el blog, se confundieron y por unos instantes no estuvimos en ninguna parte.
Él, ese anciano shakespeariano que es mi padre, sentado y con los brazos apoyados en la mesa de la cocina, me preguntó:
-Hija, qué es una página web?
Dejé los cacharros que fregaba y me volví para observarlo. Preguntaba de verdad. Me saqué los guantes de goma. Sin desatar el mandil alcancé el iPad y me senté a su lado para explicarle. No sé si lo comprendió, pero en la travesía, nos acercamos al Remanso. Leímos.
Permaneció callado, con los ojos concentrados en la pantalla, sin mirarme y leyendo todavía.
-Puedes ampliar la letra, haz como yo: así, con los dedos.
Y entonces acercó sus dedos temblorosos al cristal de la pantalla, sin atreverse a tocarla, haciendo un gesto de mago para ver crecer la letra. Un gesto de mago, elegante pero falto de fe.
-Así no, papá. Toca, toca la superficie...
Venció el escrúpulo de tocar un cristal y las letras se le hicieron visibles. Sonrió.
Y, en aquel momento, estábamos los dos del otro lado. Juntos, del otro lado.

domingo, 10 de abril de 2011

quinta-feira, 7 de abril de 2011

Sueño breve

Ya sabes que no me gusta escuchar tus sueños. No me gusta interpretar ni intentar comprender. Prefiero no saberlo.
Por la ventana llegaban esos sonidos que hace el día cuando se despliega, un crujir imperceptible de dobleces y pájaros. El calor, ya tan temprano, era agobiante y ella pensó que, de no haber escuchado a los pájaros, se habría esforzado en huir. Pero chilreaban como si nada pudiera disuadirlos. Tampoco a ella.
Pues te voy a contar mi sueño, le dijo, y sin mirar, sobrevoló el rostro desganado de aquel hombre que desayunaba café y sin dejar de batir sus alas, se perdió en el aire.

segunda-feira, 4 de abril de 2011

Siempre vuelven

Cuando las golondrinas llegaron ese año, las ventanas estaban abiertas. Era marzo, un diecisiete de marzo en que el sol doraba y calentaba la superficie de las cosas y hacía roma la punta de la brisa. Las ventanas estaban abiertas y el grito de los pájaros rasgando el cielo le hizo dejar lo que estaba haciendo para asomarse. Siempre se alegraba. El regreso de los pájaros la reconfortaba, la tranquilidad de saber que la vida continúa pese a los escollos del invierno. Una reconciliación que siempre sucedía y siempre esperaba.
Con la mirada azul, llena de azul, cogió el teléfono y la llamó. El teléfono sonó hasta seis veces y le pareció casi preferible dejar un mensaje:
-Han vuelto- dijo con la voz también azul- las golondrinas han vuelto. Pase lo que pase, recuerda, la vida es esto que no se para y que nos lleva. Siempre vuelven. Confía.
Del otro lado el silencio y la seguridad de que más tarde, en medio de todas las incertezas, volarían las golondrinas bajo el cielo de marzo tachando el invierno.