segunda-feira, 27 de fevereiro de 2012

La vida que se retrasa

Hay algo en los ancianos que nos predispone a ser como una mañana de domingo. Mañana de domingo y ventanas abiertas. Recuerdo que mi madre lo hacía con mi abuela. Cuando íbamos a verla, la peinaba, le cortaba las uñas, le depilaba el bigote con mucho cariño, la perfumaba. Tal vez era solo para tocarla y mirarla de cerca, pero a mis ojos pequeños, aquel esmero tenía algo del zafarrancho de domingo: abrir las ventanas, lavar los cabellos, pasar el paño a los muebles, sacar brillo a los azulejos, hacer rosquillas, calzarse los zapatos de charol y el vestido con vuelo en las faldas. Airear y poner orden.Renovar.
Años después me vi llevando a mi madre a la peluquería para cubrir sus canas avanzadas, masajeando sus pies con cremas olorosas, poniendo algo de color en sus mejilas descoloridas y llenas de pecas. Tal vez para tocarla o mirarla de cerca. Me ha vuelto a pasar con mi padre, ese empeño en ordenar y poner a andar la vida que se retrasa: animarlo a limpiar los oídos para escuchar mejor y poner los aparatos, masajear sus brazos con hidratantes suaves, recortar sus cejas, insistir para que ponga las gafas... Orden.
Pero es la vida que se retrasa y ellos, a pesar de nosotros, se dejan hacer y asumen. Es la vida que se va quedando, por más que hagamos zafarrancho de domingo.

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