sexta-feira, 20 de abril de 2012

Cuatro cafés

A veces Otilia, que es nuestra vecina, llama a la puerta. La veo a través del cristal con las manos en los bolsillos, muy seria, esperando a que le abra. La saludo y ella, sin más transicción, me dice con su voz áspera: -¿Me dejas 10 euros? -Claro!- le respondo mientras me apuro a buscar la cartera y la invito a pasar. Ella no pasa, casi nunca. Yo le dejo los diez euros y ella fuerza el tono para darme las gracias y después, como de memoria, insiste en que me los devolverá en unos días. Es cierto. Otilia, que es nuestra vecina, llama casi siempre cerca del día 20. El día 1, religiosamente, vuelve a llamar para traer el dinero. Cobra una pensión de las que apenas dejan sobrevivir. Está enferma y es muy mayor, pero se cuida poco porque con ella vive su hijo que está muy enfermo y no trabaja. El hombre, que ya no es joven, sale a la puerta los días de sol y escucha música de Estopa. Parece una alfombra a airear en la escalera. Para cobrar la pensión, Otillia va caminando hasta el ayuntamiento o espera el primer autobus de la mañana, según lo que hayan dado de sí los diez euros. Después pasa por la farmacia y recoge las medicinas de su hijo, porque aún no se ha muerto.

quinta-feira, 12 de abril de 2012

San Zenón (que no el de Elea)

Esta mañana recordé a Zenón de Elea. Zenón era aquel que decía que Aquiles nunca podría alcanzar a la tortuga porque siempre que él llegara al punto en que ella estaba, ella ya habría salido de allí... y lo de decía él así, de manera infinita e imposible. Cuando me lo contaban yo no podía dejar de pensar en que habría un instante, un microfragento del tiempo y del espacio, en que Aquiles llegaría. Sobre todo porque de hecho, siempre llega y además, gana.
Esta mañana había dos hombres intentando mover un coche averiado junto a la parada del bus. El coche se había parado en mal lugar e intentaban arrimarlo empujando cuesta arriba. Las madres (solo madres) mirábamos con las manos en los bolsillos el esfuerzo de todo ineficaz. Eran dos hombres fuertes y grandes. El coche se movía como Aquiles, en pasos infinitos sin resultado alguno Pensé entonces que tal vez faltaba muy poquito para romper la inercia. Que tal vez un esfuerzo pequeño, como un fragmento diminuto de camino entre el corredor y la tortuga, era precisamente el equivalente de mi fuerza. Pensé también, todo hay que contarlo, que muy mal ejemplo ofrecía a Nicolás si no mostraba un gesto de solidaridad espontáneo. Saqué las manos de los bolsillos y empujé junto a los hombres con todas mis fuerzas. El coche salió de su estado. Lo sacamos del camino.
Zenón se equivocaba. Y, además, sé que podemos mover el mundo si sacamos las manos de los bolsillos... incluso si hace frío.
Epílogo del post:
Llegué a trabajar y en el taco del calendario: San Zenón.

quarta-feira, 11 de abril de 2012

En el tiempo

Ella lee el correo en el asombro de la mañana que apenas comienza. Bebe café y empieza de nuevo. Las palabras caen como piedras el charquito de su alma. Deja que el lodo se asiente y mientras desayuna, mastica una respuesta despojada de rabia y acolchada de cariño. Migas de pan para el camino de vuelta. Vuelve. No te vayas.
Pero después. En la frialdad de las teclas, en ese blanco vibrátil del silencio y la pantalla, decide que es inútil. Que será como hacer muecas tras un cristal. Apenas muecas. Gestos. Solo existe esa sordera de quien se niega a escuchar. La convicción de quien se cree en lo cierto. De quien cree comprender más allá de uno mismo.
Tras el vidrio es ridículo su gesto de dolor, como todos los gestos. Y las señales se confunden con la despedida.