terça-feira, 19 de novembro de 2013

Corriendo

Por allí cerca hay un asentamiento de gitanos. Unas viviendas en las que poco a poco el paisaje toma aspecto de aldea. Huele a churros calientes en verano y hay barracas de feria descompuestas junto a las casas. También hay furgonetas llenas de globos que se agolpan contra las ventanillas y unos perros pachorrentos y serios que me huelen, discretos, al pasar. Sale humo de las chimeneas y los domingos, cuando los niños no van al colegio, me preguntan por qué corro, haciendo un alto en sus risas. Les respondo que porque llevo prisa y suele ser verdad. Pero corro porque me gusta. Eso es más difícil de entender.
Unos metros más adelante hay un cementerio. Un cementerio de pueblo con su iglesia y sus flores, sus ancianas cuidando las tumbas por las mañanas y sus coches recién lavados coloreando descuidadamente el camino esperando por la misa los días de fiesta.
MIentras corro voy pensando. Los gitanos, los de la aldea que crece y se establece, no enterrarán sus muertos en ese cementerio. Ese cementerio tiene raíces en otro lugar, y otro lugar es más bien otro tiempo. Los recién llegados no tenemos sitio entre los muertos del pueblo. Tal vez por eso nunca llegamos a ser pertenecer de todo. Carecemos de humus.
Estos gitanos, que no llevarán sus muertos al viejo cementerio, tienen su identidad pintada en los muretes que levantan cercando sus viviendas: Barcelos. Hay "galos de Barcelos" en todas los cercados, en las veletas... Siluetas de color contra el cielo gris, recordando dónde están sus raíces. 
Y yo, que sigo corriendo, me pregunto si no me escapo de las preguntas sencillas que saben hacer los niños.